En la piel de un animal. El Museo Nacional de Ciencias Naturales y sus colecciones de Taxidermia

Autor:
  • Carmen Martínez

 

Los animales naturalizados son objetos esenciales en todos los museos de ciencias naturales. Santiago Aragón utiliza las colecciones de taxidermia del Museo Nacional de Ciencias Naturales para narrar su historia, desde su fundación en 1771 como Real Gabinete hasta el final de la Guerra Civil. De su mano nos introducimos en las entretelas del Museo y contemplamos su evolución con los distintos directores, constatamos la carencia crónica de espacio y el abandono secular por parte de la administración. Y también conocemos en detalle los montajes que realizaron los hermanos Benedito, auténticas obras maestras de la taxidermia.

 

Durante el reinado de Carlos III, los Reales Sitios de Aranjuez albergaron a los animales exóticos que eran enviados vivos desde las colonias de ultramar. Cuando morían eran naturalizados y pasaban a las colecciones del Real Gabinete. Entre ellos llaman la atención los ciervos ratón de Java que acompañaban al monarca cuando se desplazaba, o la osa hormiguera que vino de América en 1776, una de las mascotas preferidas del rey, y que fue inmortalizada en un cuadro que recientemente ha sido atribuido a Goya, de la época en que era alumno en el taller de Mengs.


Muchos son los taxidermistas que han transitado por el Museo a lo largo de sus casi 240 años de historia. El primer disecador del Real Gabinete fue un joven vasco, Francisco de Eguía, aunque sólo estuvo nueve meses por su muerte prematura. Le siguió el valenciano Juan Bautista Bru, aunque en contra de la opinión de Pedro Franco Dávila, el director del Real Gabinete.


Aunque la pericia de Bru como preparador es cuestionada, a él le debemos una de las mayores joyas mundiales de la taxidermia científica, el elefante indio que murió en Aranjuez en 1777, considerado también como la primera naturalización de un mamífero de gran porte. Pero el montaje que le dio mayor fama fue el megaterio, que es el primer mamífero fósil reconstruido en la historia de la ciencia. Además, Bru es el autor de la Colección de láminas que representan los animales y monstruos del Real Gabinete de Historia Natural (1784 y 1786), que fueron las primeras publicaciones del Real Gabinete.


En el devenir del Museo también ha dejado huella, en este caso nefasta, el disecador francés Pascal Moineau, que siempre será recordado por haber coordinado el saqueo del Real Gabinete por las tropas de Napoléon en 1813 y por marcharse con el botín. Más tarde el material sería restituido y Moineau, incomprensiblemente, sería readmitido en 1824. Posteriormente incluso dirigió una escuela de taxidermia en el Museo.


Para hacerse un idea de cómo era el Real Gabinete a comienzos del siglo XIX contamos con la visita dramatizada que nos ofrece Juan Mieg en Paseo por el Gabinete de Historia Natural de Madrid, publicado en 1819. Durante el recorrido comenta la escasez de espacio disponible y la pobreza de sus colecciones. Le llama particularmente la atención la ausencia de animales populares como la jirafa, el hipopótamo, el tigre... o el ornitorrinco, que por aquel entonces era la última novedad en los museos de Londres y París.


La llegada de Mariano de la Paz Graells al Museo significó un profundo cambio en la institución, especialmente desde que fue nombrado director en 1851. Fue él quien creó la cátedra de taxidermia con el fin de formar a los disecadores de los, cada vez más numerosos, gabinetes de ciencias de las universidades y de los institutos de enseñanza secundaria de todo el país. Gracias a su empeño, la taxidermia se incluyó en el plan de estudios universitarios de 1850. Graells, que fue el primer catedrático de zoología en España, opinaba que esta disciplina era fundamental para desarrollar la taxidermia y contribuir así al progreso de la economía nacional.


En 1871, año en el que se funda la Real Sociedad Española de Historia Natural, el geólogo José María Solano y Eulate publica una guía de visita al Gabinete en la que detalla el estado de las colecciones y del centro en aquel momento. En su reseña histórica comenta: 'Desde entonces la estrechez del local se ha ido haciendo cada vez más sensible, oponiendo un dique insuperable al desarrollo del Gabinete'.


Veinte años después José Gorgoza, en un nuevo intento de divulgar los contenidos del Museo, llama la atención del desinterés de la Administración y subraya el escaso valor científico de algunas de las colecciones, al carecer en muchos casos de la información sobre su localidad de origen, fecha de entrada o nombre del colector. En su opinión una de las mejores colecciones del centro, tanto por la calidad de sus ejemplares como por su estado de conservación, es la de artrópodos, por lo que lamenta que muchos de ellos tengan que permanecer ocultos a los visitantes por falta de espacio.


El 3 de agosto de 1895, bajo la presidencia de Cánovas del Castillo, se ordena el traslado del Museo desde su sede en la calle de Alcalá hasta el recién acabado Palacio de Museos y Bibliotecas del paseo de Recoletos. El 28 de septiembre una nueva orden urge el desalojo que debe estar concluido antes del 1 de octubre; disponían sólo de dos días porque el Ministerio de Hacienda necesitaba el espacio. Finalmente, el traslado se prolongaría durante un año.


La instalación en la nueva sede no estuvo exenta de conflictos dada la manifiesta oposición de la Real Sociedad Española de Historia Natural, y la evidente falta de espacio que provocó el traslado de parte de las colecciones a los sótanos del Museo Arqueológico Nacional y al Museo de Antropología del Dr. Velasco. Sin duda, el profesor más conciliador fue Ignacio Bolívar, que sería nombrado director del Museo en 1901.


Tras seis años de clausura, el Museo abre de nuevo sus puertas el 24 de mayo de 1902, poco después de la coronación de Alfonso XIII. Al año siguiente el rey efectuaría una visita privada que se prolongó más de dos horas, en la que los profesores solicitaron al monarca que hiciera valer su influencia para conseguir un espacio más desahogado. Deseaban, entre otras cosas, disponer de una galería para exhibir los animales de grandes dimensiones, que por otra parte no podían ser naturalizados en el museo por la falta de un buen taller de taxidermia.


Ignacio Bolívar imprimió un nuevo rumbo al Museo. Para ello visitó los principales museos europeos, prestando especial atención a las novedades. En un momento en el que los parques zoológicos captaban la atención del público de las grandes ciudades europeas, los museos eran conscientes de que además de conservar los animales debían atraer y entretener al visitante. Y para ello, nada mejor que recrear escenarios que reprodujeran la vida cotidiana de los animales.


En su afán por sacar al Museo del ostracismo, Bolívar contó con la inestimable ayuda de Emilio Ribera, conservador mayor y jefe de la administración del Museo. Gracias a ambos, la taxidermia pudo disponer de un espacio propio y dejó de ser un simple apoyo técnico para la zoología de vertebrados. A ello contribuyeron de forma indiscutible los hermanos Benedito, miembros de una familia de artistas que transformarían radicalmente la taxidermia.


José María Benedito, especialista en la naturalización de aves, no iniciaba un trabajo sin antes documentarse exhaustivamente y dedicar las horas de observación en el campo que fueran necesarias para realizar unos montajes que reflejasen fielmente los escenarios naturales. En cuanto a Luis Benedito, especializado en la preparación de mamíferos, concebía sus obras cómo auténticas esculturas y se había formado con el mejor especialista de la época, el taxidermista holandés Hermann Heinrich ter Meer, que puso a punto una técnica totalmente innovadora llamada dermoplastia. Los grupos biológicos creados por los hermanos Benedito son auténticas obras maestras de la taxidermia, valoradas no sólo por su calidad sino también por su modernidad.


A principios del siglo XX tiene lugar una segunda mudanza, al Palacio de la Industria y de las Artes que ha de compartir con la Escuela de Ingenieros Industriales y la Guardia Civil. Bolívar quería aprovechar este traslado para desvincularse de la Universidad y hacer del Museo un organismo independiente. A pesar de que el Museo era visitado por más personas que el Museo del Prado (en 1925 recibió a más de 90.000 visitantes), hasta 1930 no pudo disponer del ala sur del Palacio, ocupando los locales del Museo del Traje Regional y de la Guardia Civil, donde instaló las colecciones de geología, prehistoria y paleontología.


La Guerra Civil impone un paréntesis en la actividad del Museo. Mientras que el fondo bibliográfico más valioso se traslada a la iglesia de San Francisco el Grande, unos 70 grupos de aves y mamíferos preparados por los Benedito se trasladan al Museo del Prado, que ofrece mayor seguridad, adquiriendo de este modo la consideración de tesoro nacional. Tras la guerra, José María y Luis Benedito continuaron en su puesto, mientras que Ignacio Bolívar, que entonces contaba 89 años, se tuvo que exiliar en México.


En el epílogo, el autor hace un breve repaso de la evolución del Museo desde el final de la Guerra Civil hasta hoy y reflexiona sobre el papel de los ejemplares naturalizados en la museografía de la segunda mitad de siglo XX, hasta llegar al reconocimiento actual del arte de la taxidermia como legado cultural. Porque, como dice Aragón, cada uno de esos ejemplares tiene una historia, y si los reunimos todos tenemos un archivo material que nos permite investigar y comprender la evolución de una disciplina, de una institución y de un oficio.


La lectura de esta obra de Santiago Aragón proporcionará esplendidos momentos a los curiosos de la historia natural, del devenir del Museo, y de la taxidermia: una técnica que aúna naturaleza, ciencia y arte. También ilustra el escaso valor otorgado a las ciencias en nuestro país, como pone de manifiesto el desdén con el que la administración ha tratado y trata al Museo de Ciencias Naturales más importante del país.


Referencia bibliográfica:


Aragón, S. 2014. En la piel de un animal. El Museo Nacional de Ciencias Naturales y sus colecciones de Taxidermia. Ed. Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y Doce Calles S. L., Madrid.