Una ventana a la vida del abejaruco

Autor:
  • Carmen Martínez

Un diorama de historia natural puede ser una herramienta educativa, un testimonio histórico o una obra de arte. La colonia de abejarucos que puede verse en el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) es todo eso y mucho más: hablamos de una clase magistral de ecología que tiene más de un siglo y sigue despertando el interés de nuestros visitantes.


A principios del siglo XX, recién trasladado el MNCN al Palacio de las Artes y la Industria, su sede actual, el director Ignacio Bolívar deseaba presentar la naturaleza a niños y adultos como “un cuadro de la vida al aire libre de los animales” para que observaran el mundo natural y todas sus maravillas, y así despertar su interés por la conservación.

 

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Grupo de abejarucos (Merops apiaster) montado por José María Benedito en 1916. Imagen: Servicio de Fotografía del MNCN.


Construir el diorama de los abejarucos llevó meses de trabajo en el laboratorio de taxidermia y muchas horas de observación en el campo. Sólo así el taxidermista José María Benedito Vives, autor de las mejores naturalizaciones de aves que hay en el Museo, pudo alcanzar tal maestría en el resultado, fruto de una gran pericia en la taxidermia de aves, una sensibilidad exquisita y un gran conocimiento de su biología.


Para representar cabalmente a esta bellísima especie, Benedito no dudó en pasar numerosas horas observándola en el campo, anotando todos aquellos datos que le permitieran conocer bien el comportamiento y los distintos momentos del ciclo reproductor. El valor documental de este diorama es innegable, ya que la naturalización de 37 ejemplares, si sumamos machos, hembras y pollos, permitió a su creador mostrarnos fielmente las distintas actividades que realizan las aves. Por ejemplo, observamos a dos parejas incubando los huevos, mientras que a otra la vemos alimentando a sus polluelos cuando aún no han abandonado el nido. También encontramos a algunas acicalándose para eliminar el polvo y los parásitos de sus plumas. Otras permanecen posadas en perchas a la búsqueda de insectos, al tiempo que otras vuelan para capturarlos. Todo ello sin olvidar a las que vigilan al objeto de salvaguardar la tranquilidad de la colonia.


En el Archivo del MNCN podemos encontrar distintos documentos que muestran el rigor con el que se abordó el montaje. Como los “Apuntes científicos de la excursión al Pardo para el estudio de los nidos de abejaruco” (sig. ACN0400/005), o la fotografía que muestra cómo José María Benedito había practicado un corte en el talud en el que residía la colonia que llevaba tiempo observando en el monte del Pardo (sig. ACN004/002/08836). Una prueba del éxito de este diorama la encontramos en los documentales I y II de los abejarucos que rodó para TVE el gran naturalista Félix Rodríguez de la Fuente en 1977, quien admitió haberse inspirado en este diorama para escribir el guion.

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Visión posterior del diorama de los abejarucos. José María Benedito, 1916.


Y ahora vamos a contar qué sabemos del abejaruco europeo (Merops apiaster), una especie que llama vivamente la atención por la policromía de su plumaje, donde pueden encontrarse prácticamente todos los colores del arco iris. Hasta sus ojos, cuyo iris es de color rojo vivo, destacan sobre un antifaz negro que se prolonga hasta el pico, que también es negro. Aunque la coloración animal ha fascinado a los zoólogos desde que Darwin y Wallace estudiaron la evolución de los caracteres ornamentales, el origen y las funciones de los colores de ojos aún no se conocen bien.


El abejaruco es un migrador transahariano que cría en Europa e inverna en el África austral y tropical. Su área de distribución durante la estación reproductora es amplísima, extendiéndose desde Portugal al oeste, hasta Mongolia y oeste de China al este, y desde Dinamarca al norte, hasta el norte de África al sur. Su cría se ha confirmado en 57 países y en las últimas décadas su área de distribución se ha extendido a latitudes más septentrionales, por lo que podría ser un mensajero del cambio climático.


Cuando llega marzo y abril ya es posible escuchar sus peculiares cantos cuando sobrevuelan los territorios de cría. Si están en un bando grande, sus vocalizaciones son reconocibles incluso cuando vuelan muy alto. El cortejo y el apareamiento suelen tener lugar en las zonas de invernada o durante la migración de primavera, por lo que la mayoría de las aves llegan a las colonias de reproducción ya emparejadas. Los miembros de la pareja suelen permanecer juntos mientras viven.


Durante la reproducción buscan lugares como taludes, barrancos, canteras abandonadas, márgenes de carreteras, etc., donde puedan construir el nido. Si no encuentran cortados, pueden cavar su nido en el suelo, siempre que el sustrato y la cobertura vegetal lo permitan. El nido está ubicado al final de un túnel de 1,3 m de longitud media, y una anchura de entre 6 y 7 cm de diámetro. Mientras lo construyen pueden excavar y retirar entre 7 y 13 kg de arena. A menudo cavan varios hoyos antes de decidir cuál usar. El tamaño de puesta oscila entre 5 y 7 huevos, y ambos sexos participan en la incubación.

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José María Benedito buscando material para un diorama en el monte de El Pardo.
Imagen: Archivo MNCN sig. ACN004/002/08836.


En colonias grandes, con muchos nidos, las excavaciones pueden llegar a transformar la estructura de la pared. Es por ello que la especie podría considerarse como un ingeniero en los ambientes áridos que se caracterizan por su fragilidad, ya que, al eliminar una parte del suelo los hacen más sensibles a los factores climáticos. Además, al brindar hábitats de nidificación y descanso para una gran variedad de organismos, mejoran la biodiversidad, a la vez que refuerzan la estructura de la comunidad y contribuyen a que las redes alimentarias sean más complejas al proporcionar recursos a otras especies.


Aunque son admirados por su belleza, los abejarucos no son apreciados por todo el mundo. Ya Virgilio (70-19 a. C.), en el Libro IV de las Georgicas, escribió que los abejarucos debían mantenerse alejados de las colmenas. Si bien las abejas representan una parte importante de su dieta, los abejarucos suelen consumir también otros insectos voladores como abejorros, avispas, escarabajos, libélulas, langostas, moscas, mariposas y polillas, por lo que es fácil verlos posados en cables o ramas a la espera de presas a las que atraparán en el aire. Cuando los insectos capturados superan los 10-15 mm deben manipularlos antes de tragarlos, por lo que los golpean repetidamente hasta matarlos o inmovilizarlos. Curiosamente los abejarucos no son completamente inmunes al veneno de abeja por lo que las picaduras múltiples, o las que se producen en los ojos, pueden llegar a matarlos.


No será hasta mediados de agosto cuando los abejarucos abandonen las zonas de cría para dirigirse a los cuarteles de invierno. Después de su partida el silencio se apodera del lugar, hasta la siguiente primavera en que volverá el bullicio con sus incesantes reclamos. Mientras tanto, la colonia de abejarucos del Museo nos permite disfrutarlos todo el año.


Referencias bibliográficas:


Bastián, H.-V. y Bastián, A. 2022. European Bee-eater (Merops apiaster), versión 2.0. En Birds of the World (S. M. Billerman, B. K. Keeney, Eds). Cornell Lab of Ornithology, Ithaca, NY, USA. https://doi.org/10.2173/bow.eubeat1.02


Casado, S., Aragón, S. 2020. Taxidermia en el museo un siglo después. Viejas y nuevas lecturas de los grupos biológicos de los hermanos Benedito. Aula, Museos y Colecciones, 7: 91-103.


Casas-Crivillé, A., Valera, F. 2005. The European bee-eater (Merops apiaster) as an ecosystem engineer in arid environments. Journal of Arid Environments, 60 (2): 227-238. https://doi.org/10.1016/j.jaridenv.2004.03.012


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Valera, F. 2016. Abejaruco europeo – Merops apiaster. En: Enciclopedia Virtual de los Vertebrados Españoles. Salvador, A., Morales, M. B. (Eds.). Museo Nacional de Ciencias Naturales, Madrid. http://www.vertebradosibericos.org/