El misterioso ancestro de nuestro ganado

Autor:
  • Carmen Martínez

Los uros formaban parte de la megafauna del Pleistoceno. Fueron los antecesores del ganado bovino doméstico y del toro de lidia. Su población disminuyó de forma dramática después del Neolítico. El último ejemplar de esta especie fue una hembra que murió en Polonia en 1627. El Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) exhibe los cuernos de un individuo encontrado en las Terrazas del Manzanares (Madrid).

 

Aunque ya no quedan uros, esta especie siempre estará ligada a Homo sapiens, pues forman parte de nuestra cultura. Ya en el Paleolítico superior los humanos se fijaron en ellos y los plasmaron en las pinturas rupestres, como las de la cueva francesa de Lascaux donde se encuentra un uro de más de 5 m que es el animal más grande descubierto hasta ahora en el arte rupestre.

 

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El arqueólogo francés Henri Breuil con sus colaboradores en la sala de los Toros de las Cuevas de Lascaux. Fue pintada durante el período Magdaleniense hace unos 18.000 años. Imagen: Getty Images.


¿Cómo eran los uros? ¿Dónde vivían? ¿Por qué se extinguieron? A estas preguntas han intentado responder mastozoólogos, paleontólogos y zooarqueólogos. El nombre científico del uro (Bos primigenius) fue propuesto por el naturalista alemán Ludwig Heinrich Bojanus en 1827, quien describió las diferencias esqueléticas entre los uros y el ganado doméstico. Gracias a los numerosos restos óseos encontrados en los últimos 200 años, entre ellos unos 15 esqueletos más o menos completos, y a textos antiguos que describen distintos aspectos del animal y de su entorno, se ha podido reconstruir cómo era esta especie y su forma de vida, aunque todavía quedan muchas lagunas.


Una de las características sobre la que no hay dudas es su tamaño. Los uros eran más grandes y robustos que las razas de ganado actuales, con una altura a la cruz promedio de 160 a 180 cm en los machos y de 150 cm en las hembras. Las patas eran considerablemente más largas y delgadas, por lo que la altura a la cruz casi igualaba la longitud del tronco. Sus cuernos eran sorprendentemente grandes, los núcleos óseos podían medir 120 cm de longitud, como los del toro de lidia. Eran de color claro y tenían las puntas de color oscuro, su forma era peculiar lo que permite distinguirlos bien de otras especies de la tribu Bovini.

 

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Ilustración del uro que aparece en el libro de Sigismund von Herberstein publicado en 1556. Imagen: Wikipedia.

Para conocer el color de su pelaje tenemos que recurrir a las pinturas rupestres y a descripciones históricas. Una particularmente interesante es la realizada en 1557 por el diplomático imperial austriaco Sigismund von Herberstein que viajó por el este de Europa facilitando información sobre los uros salvajes y los bisontes europeos. Herberstein había recibido como regalo del rey polaco un toro eviscerado procedente de Mazovia, la zona donde vivieron los últimos uros salvajes, del que afirmaba que era negro como la brea con una raya gris en la espalda. Como en muchas otras especies bovinas, los toros eran diferentes a las vacas; aunque ambos sexos nacían con un pelaje marrón rojizo, sólo en la hembra permanecía casi sin cambios, mientras que en el macho se volvía de un marrón negruzco intenso, con una estrecha raya de anguila de color claro a lo largo de la columna.


No se sabe con certeza cuál es su área de origen, aunque se cree que los uros evolucionaron en la India hace entre 1,5 y 2 millones de años. El uro fue la especie bovina más común entre el Pleistoceno tardío y el Holoceno temprano, extendiéndose desde las costas atlánticas de Europa hasta las costas del Pacífico de China, así como en el norte de África. En 2008 se encontró el cráneo de uro más antiguo hasta la fecha en el yacimiento de Oued Sarrat (Túnez), datado hace unos 700.000 años, lo que refuerza la idea de que el origen de los uros se encuentre en África y no en Eurasia. Este espécimen es uno de los más grandes de la especie, se estima que podría haber alcanzado 1.300 o 1.400 kg. Porque hay que tener en cuenta que el uro fue uno de los mayores herbívoros de Europa después de las glaciaciones, con machos que podían superar fácilmente la tonelada de peso.


La mayoría de uros encontrados en Europa son del Holoceno, ya que esta especie prefería un clima templado y húmedo, con una capa de nieve reducida. Los uros fueron relativamente versátiles, adaptándose a los diferentes ambientes que se encontraban en su vasta área de distribución. Así, durante el Pleistoceno, los uros se retiraron a la zona mediterránea en los períodos fríos, mientras que en los períodos más cálidos se dispersaron hacia el norte. Por otra parte, la fluctuación del clima también puede haber tenido un efecto sobre su tamaño, ya que se aprecia una disminución del tamaño corporal entre el Pleistoceno medio y el Holoceno en distintas zonas de Europa, siendo en general más grandes en las latitudes más septentrionales.

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Cuernos de uro (Bos primigenius) recogidos en los yacimientos del Pleistoceno de Villaverde (Madrid). Imagen: Jairo Ortega.


Imaginemos el paisaje en el que vivían los uros antes de que el hombre se dedicase a la agricultura, se trataría de una zona predominantemente boscosa. En ese ambiente forestal, en el que competía con bisontes y caballos salvajes, los uros debieron buscar bosques ribereños y zonas abiertas alrededor de los lagos. De hecho, durante el Pleistoceno superior eran los únicos bóvidos que vivían en los grandes valles fluviales del sur de Iberia y que merodeaban por la costa suroccidental de Andalucía.


Hace unos 10.000 años se inició en Oriente Próximo su domesticación, un hecho de gran trascendencia en la historia de la civilización, en tanto en cuanto supuso grandes variaciones en la dieta, el comportamiento y la estructura socioeconómica de muchas poblaciones humanas. A pesar de la amplia distribución geográfica de Bos primigenius, los datos zooarqueológicos y genéticos sugieren que el ganado moderno podría ser el resultado de dos eventos de domesticación independientes ocurridos en el suroeste de Asia. Uno sucedería en el Cercano Oriente, dando lugar a las razas taurinas modernas (Bos taurus) y el otro tendría lugar en el valle del Indo (actual Pakistán) unos 1.500 años después, originando las razas cebuinas jorobadas (Bos indicus). Según parece, durante el período en el que coexistieron, el ganado doméstico se mantenía separado de los uros salvajes por lo que la hibridación debió ser rara.


Lo cierto es que después del período Neolítico, el número de uros que quedaban en Europa disminuyó drásticamente. Cuanto más crecía la población humana, más fuerte era la presión cinegética y del ganado doméstico, que expulsó a los uros de sus zonas de alimentación favoritas. Se alude a distintos factores para explicar su desaparición: la caza excesiva; las enfermedades transmitidas por el ganado, cuando la población de uros salvajes ya era muy reducida; y la destrucción de su hábitat natural, como la deforestación que tuvo lugar en gran parte de Europa occidental para permitir la expansión de la agricultura. 


Se piensa que desaparecieron del norte de África y Cercano Oriente durante el primer milenio antes de Cristo, ya que no hay registros ni tampoco restos óseos posteriores a esa fecha. En Europa no se sabe con certeza cuándo desaparecieron de Rusia, ni del centro de Alemania, ya que en ocasiones eran confundidos con los bisontes. En los Países Bajos, se reportan hallazgos de uros hasta el siglo IV y fuentes históricas citan su presencia en Francia hasta el siglo IX. El ocaso comenzó en el sur y oeste de Europa y continuó hacia el noreste, de tal modo que hacia el siglo XIII, los uros habían desaparecido de la mayor parte de Europa y solo continuaban viviendo en algunas áreas del este.

 

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Uro euroasiático en el Zoo de Berlín, hacia 1935. Imagen: Zoologischer Garten Berlin.

La última población de uros salvajes vivió en los bosques reales de Jaktorôw en Polonia. Según consta en documentos históricos, en el siglo XIII ya solo quedaban uros en la provincia de Mazovia donde se les otorgó protección legal en 1298. Los príncipes locales de la dinastía Piast, y más tarde los reyes de Polonia, no hicieron concesiones de su derecho exclusivo a cazar ese animal, ni siquiera a los más grandes magnates eclesiásticos o laicos. La exigua población de Jaktorôw era controlada por guardabosques de la corona que elaboraron informes anotando el número de animales que había. En 1564 encontraron 38 uros (22 vacas, 3 novillos, 5 terneros y ocho toros solitarios); en 1599 solo quedaban 24, en 1602 cuatro y en 1620 ya sólo había una hembra que murió en 1627 por causas naturales.


Así es como el uro desapareció. Los uros que pueden verse en algunos parques zoológicos son una quimera, el experimento fallido de Lutz y Heinz Heck, unos zoólogos alemanes que en las décadas de 1920 y 1930 intentaron recrear esta especie extinta mediante la reproducción de ciertas razas de ganado doméstico cuidadosamente seleccionadas. Cada hermano desarrolló su propia investigación científica para reconstruir los uros en Europa. Atrapados en el discurso del nacionalsocialismo, ambos aspiraban a revivir un paisaje con animales y bosques primigenios.


Referencias bibliográficas:


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