La mascota de cámara preferida de Carlos III

Autor:
  • Carmen Martínez

 

Durante el siglo XVIII tuvieron mucha importancia en Europa las colecciones de animales exóticos. Eran un símbolo de prestigio y de poder, ya que sólo la realeza se podía permitir el lujo de adquirirlos y mantenerlos. Uno de los animales que llamó poderosamente la atención de Carlos III fue el ciervo ratón filipino. La colección de mamíferos de Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC) cuenta con varios ejemplares de estos pequeños rumiantes, procedentes del ya desaparecido Museo de Ultramar.

 

Regalar animales exóticos era una práctica diplomática común que facilitaba y fortalecía las relaciones entre estados. Desde la antigüedad los soberanos se intercambiaban regalos como testimonio de su dominio sobre extensos y lejanos territorios. La familia real española, al igual que ocurría en otras cortes europeas, solía recibir como obsequio toda clase de animales foráneos. Sin embargo, los envíos más comunes de animales exóticos procedían de los territorios bajo dominio español en el norte de África, América y Filipinas.


El coleccionismo de animales insólitos era una tradición muy antigua en la corte española que se remonta a la época medieval, continúa en la época de los Austrias y alcanza su cénit con los Borbones. A la fascinación por lo exótico de estos últimos, habría que añadir la enorme afición por los animales que sentían muchos miembros de la familia real, empezando por la reina Isabel Farnesio, madre de Carlos III, sus hijos y sus nietos. Entre las más preciadas posesiones de la casa real estaban los magníficos elefantes asiáticos (Elephas maximus), que durante muchos años fueron las grandes joyas de la colección zoológica del monarca, uno de los cuales se exhibe en el MNCN.


El genuino interés de Carlos III y la familia real por los animales y su deseo de disfrutar de ellos, lo ilustra perfectamente un pequeño ungulado procedente de Filipinas. En 1777, el nawab del Principado Carnático, Mohammed Ali Khan Walajan, obsequió al rey con algunos ejemplares de ciervo ratón filipino. Tanto le gustaron, que dio la orden de que todas las naves que llegaran a Cádiz procedentes del archipiélago filipino procurasen traer más ejemplares de estos peculiares mamíferos, que no eran ciervos ni tampoco ratones. Su apego por ellos lo demuestra el hecho de que durante años convivieran en el mismo cuarto del soberano junto a otras mascotas de cámara, entre las que destacaban varios monos y una marta.


Los ciervo ratones son los rumiantes más pequeños que existen. Viven en los bosques tropicales del sudeste de Asia, salvo una especie que habita en África. Son un grupo de ungulados muy antiguo, cuya aparición se remonta al Mioceno. Aunque los primeros fósiles se encontraron en Europa, donde habitaron hasta principios del Plioceno, se extendieron por Asia, donde se han encontrado comunidades fósiles datadas hace 18 millones de años.


La especie que protagoniza esta historia es el ciervo ratón filipino (Tragulus nigricans), conocido en Filipinas como pilandoc. Es endémico de las islas filipinas de Balabac, Ramos y Bugsuc, que están situadas entre Palawan y Borneo. El nombre del género, Tragulus, deriva de la palabra griega Tragos que significa chivo y el sufijo diminutivo latino ulus; el nombre de la especie, nigricans, deriva del latín y significa negruzco y hace referencia a su coloración oscura.


Este simpático animal que mide menos de medio metro y apenas alcanza los 18 cm de altura, carece de los cuernos o astas característicos de muchos artiodáctilos. Su pelaje es oscuro y presenta tres franjas blancas en la garganta. Llaman la atención en los machos los caninos superiores en forma de colmillos que sobresalen hacia abajo desde la boca.


La taxonomía del género es complicada ya que el ciervo ratón filipino se consideraba una subespecie de Tragulus napu, el ciervo ratón grande o malayo, y no ha sido hasta 2004 que se ha reconocido como una especie diferente. También se le ha relacionado estrechamente con Tragulus javanicus, originario de la isla de Java.


Se conoce muy poco sobre la biología y ecología de esta especie; tampoco hay datos fiables sobre el tamaño de su población. Su área de distribución es reducida, inferior a 5.000 km2, y está restringida a tres islas del archipiélago filipino. En las dos últimas décadas se ha producido un declive de la población debido a la pérdida de su hábitat natural, ya que los bosques en los que habita están siendo eliminados para realizar plantaciones de coco y otros cultivos, y a la caza furtiva por parte de la población local, que los captura para alimentarse. Todo ello ha motivado que se la incluya en la Lista Roja de la IUCN, donde aparece catalogada como especie en peligro de extinción.


Aunque no conservamos ninguna de las mascotas tan queridas por Carlos III, el MNCN custodia varios ejemplares de ciervo ratón filipino procedentes del Museo de Ultramar. Este museo se creó con las colecciones que se adquirieron para la Exposición General de las Islas Filipinas que se inauguró en Madrid el 30 de junio de 1887 pero tuvo una vida muy corta, ya que se inauguró en 1888 y fue clausurado en 1901. Contaba con interesantísimas colecciones de fauna, flora, geología, antropología, etnografía, armas, industria, etc. procedentes del archipiélago filipino cuando aún estaba bajo el dominio español.


Referencias bibliográficas:


Meijaard, E., Groves, C. P. 2004. A taxonomic revision of the Tragulus mouse-deer (Artiodactyla). Zoological Journal of the Linnean Society, 140: 63-102. doi:10.1111/j.1096-3642.2004.00091.x


Gómez-Centurión, C. 2009. Curiosidades vivas. Los animales de América y Filipinas en la Ménagerie real durante el siglo XVIII. Anuario de Estudios Americanos, 66 (2): 181-211.


Gómez-Centurión, C. 2011. Chamber Animais at the Spanish Court during the Eighteenth Century. The Court Historian, 16 (1): 43-65. DOI: 10.1179/cou.2011.16.1.004