A los jilgueros del Museo sólo les falta cantar

Pocos pájaros son tan vistosos y populares como los jilgueros. El diorama realizado por José María Benedito hace ya más de un siglo es un canto a la naturaleza. También es una pequeña obra de arte, porque sólo de las manos de un artista podía salir esta composición tan bella y equilibrada, hermosa en su simplicidad y valiosa como testimonio de la biología de este pájaro inconfundible. Para verlo únicamente tienes que visitar el Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC).

 

 

Colorín, cardelina, sietecolores... son algunos de los nombres por los que se conoce popularmente al jilguero (Carduelis carduelis). Este simpático pájaro ha gozado siempre de popularidad entre la gente y tuvo mucho éxito en siglos pasados por la belleza de sus colores, que le daban un toque de exotismo, y lo melodioso de su canto, que atraía por igual a los nobles y a las clases más humildes. Cuenta la leyenda, que para aliviar el sufrimiento de Cristo en la cruz, un jilguero intentó quitarle las espinas de la corona, pero mientras lo intentaba se hirió, y la mancha roja quedó impresa para siempre alrededor del pico.


Su colorido y vivacidad también llamó la atención de grandes artistas. Pintores como El Bosco, Rafael, Rubens, Velázquez y Goya, entre muchos otros, han plasmado la figura de este popular pájaro en sus lienzos. Sólo en el Museo del Prado se han registrado 45 pinturas que cuentan con la presencia de jilgueros. Los naturalistas del siglo XVIII también se sintieron atraídos por esta especie, como muestra algunas láminas de la colección iconográfica van Berkhey que se conservan en el Archivo del MNCN.


El diorama elaborado por José María Benedito en 1914, cuya firma aparece en una pequeña piedra situada a la izquierda del grupo biológico, es un buen ejemplo de taxidermia científica. J. M. Benedito no iniciaba un montaje sin antes documentarse exhaustivamente y dedicar las horas de observación en el campo que fueran necesarias para reflejar fielmente el ambiente físico y el quehacer cotidiano de la especie elegida.

 

Y ahora, fijémonos en el diorama...


Cinco jilgueros posados sobre unos cardos protagonizan una escena habitual en cualquier campiña ibérica. La actividad de los individuos que componen el grupo es variada: uno de ellos descansa, otro se atusa el plumaje, para mantenerlo en perfecto estado; otro extrae semillas de un cardo y otro más parece examinarlos antes de empezar a comer; y no podía faltar el que, situado en un lugar preferente, vigila, para alertar del peligro en caso necesario.


La escena muestra que al igual que otros pájaros de su familia (fringílidos), los jilgueros son aves muy sociables y suelen volar en pequeños grupos. Son granívoros, tal y como ilustra el montaje, en el que se aprecia su afición por las semillas de los cardos (asteráceas). Posándose en sus inflorescencias, su pico largo y fino les permite extraer las semillas una a una y descascarillarlas. Es precisamente su afición a este tipo de alimento, el origen de su nombre científico, derivado de la palabra latina carduus (cardo).


Más allá de su innegable belleza, este diorama ilustra el potencial de la taxidermia como elemento para profundizar en el conocimiento de la naturaleza y para evocar sensaciones. Al igual que este refrán de Ezcaray (La Rioja):

 

     'Canta el jilguero en el árbol
     y en el prado el ruiseñor,
     y aquí cantamos los mozos
     que nos sobra el buen humor'

 

Referencias bibliográficas:


Pestana Salido, A. J. 2009. Las aves ibéricas en la cultura popular. Tundra Ediciones, Valencia.