Un ejemplo de recuperación de un felino al borde de la extinción

Autor:
  • Carmen Martínez

En 2002 quedaban menos de 100 ejemplares. Una campaña de conservación sin precedentes ha alejado a la especie de la temida extinción, aunque la erosión que ha sufrido en su ADN en las últimas décadas impide restaurar la diversidad genética que se ha perdido definitivamente. El Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) exhibe ejemplares únicos de este icono de la fauna ibérica.


Lobo cerval, gato clavo, lubicán y gato cerval, son solo algunos de los nombres por los que se conoce popularmente al lince ibérico (Lynx pardinus). Es un hermoso felino de mediano tamaño, unos 9 kg las hembras y menos de 13 kg los machos, con largas patas y una cola corta cuyo extremo es de color negro. Su pelaje es leonado con manchas oscuras de tamaño, forma y densidad variable. Sus orejas puntiagudas terminan en un pincel de pelos negros rígidos, que contribuyen a camuflar la redonda silueta de su pequeña cabeza. De sus mejillas cuelgan unas características patillas que aparecen a partir del año de vida.

gato clavo
Es un animal solitario que vive en algunos bosques mediterráneos bien conservados del sur de la península Ibérica, donde encuentra refugio y pastos abiertos para cazar conejos (Oryctolagus cuniculus). Porque su dieta se compone casi exclusivamente de ellos, independientemente de la localidad, el año o la estación. Sus necesidades tróficas consisten en un conejo de tamaño medio al día, aunque las hembras con crías necesitan un mayor aporte diario. Se estima que la densidad de conejos para que una población de linces se mantenga estable es de al menos un conejo por hectárea en otoño, que es la época con menor abundancia de conejos.


Siempre fue un felino escaso, aunque en 1897 el antiguo director del MNCN, Mariano de la Paz Graells, sostenía que aún se le podía encontrar fácilmente en el conjunto de Iberia. No pensaba lo mismo el encargado de la colección de Mamíferos, Ángel Cabrera, que en 1914 escribía: “en el norte y este parece hallarse extinguido, o por lo menos ser muy raro, mientras que en el centro y mediodía todavía abunda”. Cinco décadas después, el eminente zoólogo José Antonio Valverde afirmaba que no resultaba común en ningún lugar de la geografía ibérica: “puesto que en Doñana, donde la abundancia era tradicional, se matan ahora únicamente unos tres o cuatro por año, mientras que, a primeros de siglo, cuando Cabrera escribía, se llegaban a cobrar siete en una montería”.


Según los registros históricos, entre 1572 y 1897 la distribución del lince se mantuvo relativamente estable. El estudio de 461 especímenes procedentes de colecciones ha permitido comprobar que en 1940 había 15 subpoblaciones, de las cuales tres (Montes de Toledo, Sierra Morena oriental y Doñana) concentraban el 87% de los ejemplares. Pero la situación cambió radicalmente en la segunda mitad del pasado siglo, cuando el lince pasó de ocupar 58.000 km2 en 1950, a solo 125 km2 en el año 2002; para entonces únicamente quedaban dos poblaciones aisladas en Andalucía: Doñana y Andújar-Cardeña (Sierra Morena).

Detalle lince
A principios del siglo XXI estaba aconteciendo algo inédito en la historia reciente de la conservación: la extinción de un felino. Sólo había 94 ejemplares en libertad, en un área de apenas 125 Km2, lo que llevo a la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) a incluirlo en 2002 en la lista roja en la categoría de amenaza más alta en la que se puede clasificar a una especie silvestre: "en peligro crítico", donde permaneció hasta 2012 en que pasó a la categoría “en peligro”. Curiosamente, desde 2015 está catalogado como “amenazado”, aunque su situación dista mucho de ser tranquilizadora.


Se han argumentado distintas causas para la desaparición del lince en la segunda mitad del siglo XX. Una es la pérdida de hábitat debida a los cambios en los usos del suelo y otra, la reducción de las poblaciones de conejo como consecuencia de distintas enfermedades. Si bien es cierto que la irrupción de la mixomatosis a finales de la década 1950 y la enfermedad hemorrágica vírica del conejo a fines de 1980 diezmaron las poblaciones de conejos en la península Ibérica, la mayoría de las extinciones locales de lince ocurrieron antes de los brotes de dichas enfermedades, por lo que estas por sí solas no pueden explicar la terrible regresión del lince.


Otros factores, como la mortandad causada por los humanos, han tenido un impacto insoportable en la población de linces. En 1953 entró en vigor la nefasta "Ley de Alimañas" promovida por el Ministerio de Agricultura. Para aplicarla se constituyeron las Juntas Provinciales de Extinción de Animales Dañinos y Protección a la Caza, siendo uno de sus objetivos suministrar y distribuir venenos, lazos y demás medios de extinción de animales dañinos, así como premiar a todos aquellos que contribuyesen a erradicarlos. La siniestra campaña fue todo un “éxito”, ya que en poco más de cinco años se exterminaron más de medio millón de las entonces consideradas alimañas: linces, gatos monteses, lobos, zorros, ginetas, rapaces, córvidos, lagartos, culebras…


A pesar de que la caza del lince ibérico se prohibió en 1966, su matanza no se detuvo. Durante los años 70, numerosas pieles de ejemplares trampeados por los guardas de las grandes fincas de caza mayor de Sierra Morena oriental se exponían para su venta al público. Entre 1978 y 1988 se tiene constancia de la muerte de 356 linces en España.


Afortunadamente, la rueda de la mala fortuna para el lince pudo detenerse a principios del siglo XXI con la puesta en marcha de un programa de cría en cautividad para asegurar la conservación del material genético de la especie y crear nuevas poblaciones de lince ibérico a través de programas de reintroducción. Llegados a este punto, queremos destacar el banco de germoplasma de especies en peligro ubicado en el MNCN y el trabajo que se realiza en nuestro laboratorio, que demuestra que es factible rescatar y criopreservar tejidos somáticos y germoplasma de linces ibéricos en peligro crítico. Esto no solo constituye una valiosa oportunidad para conservar la diversidad genética del lince, sino que también permite realizar estudios sobre su biología reproductiva para desarrollar unas técnicas adecuadas de reproducción asistida. Con estas herramientas será posible ayudar en los esfuerzos de conservación facilitando el flujo de material genético entre subpoblaciones.


En los últimos años se han desarrollado distintos proyectos de conservación activa que incluyen la gestión in situ del hábitat, de las presas, de la mortalidad no natural, además de la cría en cautividad, la translocación y los programas de reintroducción, que han hecho posible que la población de linces aumente hasta 1.111 individuos en 2020, la mitad de los cuales viven en Andalucía, un tercio en Castilla-La Mancha, 141 en Extremadura y 140 en Portugal, en el valle del Guadiana. Otra noticia positiva es la puesta en marcha un nuevo proyecto europeo: Life Lynx Connect (2020-2025), cuyos principales objetivos son aumentar el tamaño de la población y su conectividad.

 

Linces Benedito


Sin embargo, hay algo que ensombrece las buenas perspectivas sobre el futuro del lince ibérico. Al aumentar el número de linces, se amplían los intercambios entre las poblaciones, lo que a su vez incrementa exponencialmente las probabilidades de atropello, hipotecando así la conexión entre esos núcleos. Por otra parte, la caza furtiva del felino en Andalucía sigue siendo un motivo de preocupación. Otra espada de Damocles sobre el icónico felino es la enfermedad hemorrágica del conejo de monte, que constituye un serio factor limitante para el crecimiento de la población, dada su dependencia casi exclusiva de esta presa. Pero lo verdaderamente inquietante son los cambios genéticos acumulados durante el tremendo declive demográfico ocurrido en el siglo XX, que pueden comprometer la recuperación de las poblaciones y limitar su viabilidad a largo plazo. Esta grave erosión genómica podría reducir su capacidad para adaptarse a los cambios ambientales.


Volvamos al museo y retrocedamos hasta 1916, cuando Luis Benedito naturalizó una pareja de linces que un año antes había cazado Juan Luis de Ibarra en Almuradiel (Ciudad Real). Olvidémonos de la triste coincidencia de que dicha localidad sea hoy en día un punto negro por el elevado y recurrente número de atropellos. Cuando el gran taxidermista abordó la creación del diorama, no disponía de dibujos o fotos del felino, ya que se consideraba una alimaña. Por ello, más allá del mérito técnico y estético de esta pareja de linces (Archivo MNCN, sig. ACN003/004/08582), hay que resaltar su valor cultural y didáctico, al descubrir el lince ibérico al gran público de principios de siglo.

Esqueleto lince


Otra pieza de gran valor histórico, museístico y pedagógico, es el magnífico montaje del esqueleto de Lynx pardinus por el taxidermista Jose Duchén en 1851, que se exhibe en la sala de Biodiversidad. Formaba parte de la colección de anatomía comparada del Museo, que se utilizaba para dar clases en la Universidad Central de Madrid.

 

Referencias bibliográficas:

 

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